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das Mystische 2.1

TIEMPO

TIEMPO

Reversible e irreversible. Apenas nos hemos movido unas cuantas líneas. La crónica comienza donde antes acabó otra crónica. La vida continúa donde antes parecía concluir la vida. La descripción aceptada no sirve para los fines para los que fue prevista. Me quedo quieto, muy quieto, contemplando el universo, pero no estoy seguro de permanecer inmóvil. Tampoco estoy seguro de que soy yo, yo mismo, el que ahora piensa. He expulsado a Descartes de esta fiesta; era un estorbo. Tengo visiones e invoco fantasmas a través del correo electrónico. Estoy convencido de que sólo el poeta tiene el poder sobrehumano de concebir un mundo. Guarda en sus bolsillos rayos azules, polvo del desierto, y colmillos de lobo. Y canta su canción desde las nubes, acechando el horizonte, desvelando el deseo y la creencia, mientras protege su guitarra de las decisiones del Congreso Mundial del Petróleo, mientras espera el momento que nos muestra la verdad inefable de la noche, la fuerza misteriosa del engaño, la magia criminal de la miseria.

El tiempo. Un periodista de El País, Manuel Rodríguez Rivero, confiesa que siempre ha sentido admiración por la gente que asegura que, si se le diera la oportunidad de nacer de nuevo, volvería a hacer las mismas cosas de la misma manera, aunque él mismo, comenta, no está muy de acuerdo con ello. Cuando forzamos los conceptos, cuando alejamos la palabra “tiempo” de su uso cotidiano, obligándola a habitar en parajes extraños, la maquinaria de los conceptos se pone de nuevo en marcha. Y, claro, hablando como estamos de “tiempo”, la maquinaria nos invita a rescatar, de la cueva extraña de la fantasía, esa maravillosa creación que, a lo largo del “tiempo”, decidimos describir o bautizar como la “maquina del tiempo”. A propósito de la película de Nacho Vigalondo, Los cronocrímenes (“la aventura de un tipo que, involuntariamente, realiza un viaje en el tiempo que le sitúa una hora antes de iniciarlo, y los problemas y paradojas que tiene que resolver para alterar lo que, sin querer, ha cambiado, y puede acarrear desastrosas consecuencias”), Manuel Rodríguez Rivero rescata una cita de Leslie Pole Hartley (de su novela El mensajero) que es una auténtica delicia: “El pasado –escribió L. P. Hartley- es un país extranjero: allí las cosas se hacen de manera diferente”.

Yo, hace tiempo que sólo tengo en mente (o en mi cuerpo) la extraña sensación, impotente, de estar esclavizado por el tiempo. Allí donde las cosas se hacen de manera diferente, en ese país extranjero, tengo mi hogar y mi espíritu, como en una imagen, y guardo los secretos que el poeta, más tarde, cuando decide cantar de espaldas, desvela acechando el horizonte. Aunque, si me dieran a elegir, tampoco creo que utilizaría los servicios terapéuticos de una “maquina del tiempo”. También pudiera ser que, como canta el poeta, todo fuera una estúpida mentira. También pudiera ser que ahora, de nuevo, yo estuviera mintiendo.

Jorge Luis Borges, en uno de sus diálogos con Osvaldo Ferrari, confesó que, en un par de ocasiones, en su vida, se había sentido fuera del tiempo. Quizás fuera una ilusión, comentaba Borges, pero al sentir aquello se había sentido eterno. Claro que no supo cuánto tiempo duro aquella experiencia porque estaba fuera del tiempo. Ni podía comunicar o describir aquella experiencia, aunque fue muy hermosa. La eternidad –concluía Borges- es una ambición del hombre: la idea de vivir fuera del tiempo. Aunque, como también afirmó en su día Wittgenstein, si consideramos a la eternidad no como una duración temporal infinita sino la ausencia de tiempo, entonces la vida eterna pertenece a aquellos que viven el presente. De donde podemos inferir que, en realidad, todos estamos ya muertos. El poeta acaricia los colmillos del lobo cada vez que se enfrenta a su propia muerte. Y, entre muerte y muerte, aún podremos acercarnos a disfrutar de la ópera prima de Nacho Vigalondo. En el fondo, nada es como parece, sobre todo en el pasado, donde las sombras viven de espaldas y el poeta canta de espaldas, donde las cosas se hacen de manera diferente.

3 comentarios

pini -

(dudo que me ganes). no es culpa tuya ni del reloj el atraso en verano, sino del gobierno que adelanta la hora, como si se alargara la vida cuando hace calor.

Enrique -

Yo siempre llevo el reloj, en verano, atrasado una hora. Luego, en invierno, vuelve a la regla exacta. Una manía o pura dejadez. ¿Aguantar la respiración? ¡Mira que si consigo batir el record y me quedo aún más tonto!

pini -

no uso reloj por diversas razones, fundamentalmente porque no me gusta mirar compulsivamente cómo pasa el tiempo, ni me interesa la hora exacta.
para eso están los demás, quienes me proveen la información evitando mi impuntualidad natural.
pero el tiempo sólo comienza a "existir" a partir de una cierta edad: antes la vida transcurre sin que los protagonistas adviertan la finitud.
me gusta recordarme sentada sobre la ignorancia del tiempo, pero apuesto a que los dìas que aún no llegaron serán mejores, porque sabré, sin reloj en la muñeca, que mi tiempo y yo nos tenemos mutuamente. y en el presente, todo es como parece, mi querido, desde el dolor hasta el gozo.
si querés probamos contener la respiración para ver quién aguanta más tiempo, y podrás comprobar que ya no somos iguales que antes cuando nos montábamos a la eternidad, pero sí mejores.
un abrazo,
p.